Más de 24 horas han pasado desde la dramática eliminación de la selección mexicana en Brasil. Ha sido un lunes lúgubre, en el que caras largas pueblan las calles, oficinas, mercados, restaurantes y hogares de todo el país. Y no sólo es la tristeza por abandonar el torneo lo que nos tiene así. Al menos en mi caso es, más bien, un cúmulo de tantas injusticias, que es difícil elegir por cuál empezar.
No es justo el modo en que la suerte juega en el mundial. La suerte es de los grandes, punto. Se vio en el Brasil-Chile. Podrá ser una copa del mundo extraña, donde los equipos no habituales aparecen y ganan con mayor contundencia que los gigantes. Pero al final, en el momento decisivo, en el instante en que uno vuelve a casa y otro avanza, aparece la suerte de los grandes. Ya sea en forma de un error aprovechado por el contrario, una mala decisión arbitral o lo que sea. Sí, este mundial han caído algunos de los grandes, pero cuando veamos que en las semifinales están Brasil, Argentina, Holanda y Alemania, todo lo que sufrieron queda olvidado y la historia de los mundiales vuelve a la normalidad. Ser grande va acompañado de una suerte envidiable.
No es justo con la esperanzada afición empezar a jugar distinto, cuando todo se estaba haciendo tan bien. Nunca una selección mexicana había repetido alineación en los tres partidos de fase de grupos hasta ahora. La fórmula estaba funcionando y muy bien. Buscar el gol, idealmente anotarlo y una vez conseguido, seguir buscándolo. Pero la sombra de los mundiales pasados se viste de miedo a ganar, y el equipo se dedicó a cuidar un gol, sacrificando todas las armas, quemando las naves. Que los dioses nos agarren confesados si llegamos al tiempo extra, porque ya no hay forma de atacar, con un solitario y desdibujado Chicharito allá delante, a lo lejos.
Por otro lado, tampoco es justo atacar al Piojo, que agarró a un México que había hecho un lamentable hexagonal, para llevarlo a hacer su mejor actuación mundialista (discutible, pero esta es mi catarsis y de nadie más). Herrera llevó a la selección a ganar y casi consigue lo histórico. No es justo demeritar esto.
No es justo que te roben dos goles legítimos en el primer partido. Pero aun más injusto es que cuando por fin anotas uno, el técnico te prive de meter el segundo y saldar esa cuenta pendiente. Giovani, Brasil te queda a deber.
No es justo el comportamiento de esos ateos futbolísticos que tan de moda se han puesto y que esperaban con ansias este momento para lanzar sus «te lo dije» en este momento de dolor que sólo los creyentes del balón entendemos. No sean desgraciados. Si esta semana reciben respuestas violentas, no es nuestra culpa.
Para nada es justo el criterio de selección de árbitros de la FIFA. ¿Para qué convocan silbantes sudamericanos, asiáticos y africanos si van a poner a un árbitro de la UEFA a pitar un juego de Holanda? ¿No confían en ellos? Como si fuera tan confiable el trabajo de este venerable señor.
No es justo el clavado de Robben. Bueno, es obvio que no es justo. Es una trampa enorme e imperdonable. Lamentablemente, mucha gente, países enteros, defienden ese tipo de trampas. Las llaman «parte del juego». Estoy de acuerdo con la premisa romántica del futbol que dicta que los errores arbitrales son parte del juego. Pero es diferente. Usar eso para engañar va en contra de toda la pureza y honor de un deporte como el futbol. Es cinismo. Un buen jugador (y Robben es un GRAN jugador) no debería necesitar hacer trampa, sin embargo lleva todo el mundial tirándose en el área. Mal, Arjen, no le haces justicia al deporte. No mereces sonreír de esa forma.
Maldito ladrón.
No es justo el proceso mental del árbitro, quien declaró que después de revisar al medio tiempo la jugada en la que Moreno se lesionó (la cual claramente era un penal) decidió que tenía que compensar a Holanda. Vaya momento elegiste para hacerlo.
No es justa la maldición de Rafa Márquez. Pedro y el lobo. Tantas veces ha perdido la cabeza en momentos clave con consecuencias desastrosas, que ahora no dudaron en marcarle penal.
No es justo que Héctor Herrera, jugando como lo hizo en todos los partidos, nunca pudiera meter un gol. Cada encuentro estuvo más cerca, pero la suerte, la maldita suerte…
No es justo llegar al minuto 85 ganándole a Holanda. Hubiera sido mejor que se marcara el penal que sí era (el de Moreno) y ya de ahí ver qué se podía hacer. Tal vez hubiéramos perdido, pero el dolor sería distinto. Llegar al 85 ganándole a Holanda es estar de pie, es tener la consciencia ya en el Ángel de la Independencia. Incluso para nosotros, los mexicanos, que estamos acostumbrados a entender que los milagros en octavos de final de la copa del mundo no ocurren, en el minuto 85 ya nos la creemos.
No es justo recuperar la fe mundialista de la infancia para después caer así. Durante la década de los 00s, me convencí de que los mundiales se disfrutan mucho más como niño y adolescente, conclusión a la que llegué simplemente porque disfruté Estados Unidos 94 y Francia 98 considerablemente más que, por ejemplo, Sudáfrica 2010. Pero este mundial me ha hecho darme cuenta de que en realidad hay mejores mundiales que otros, y éste es uno de ellos. Me ha transformado de nuevo en un niño que espera con ansias ponerse la camiseta y ver jugar su país. Y claro, la desilusión es proporcional. Cuando se ve tan cerca, el golpe es duro, tal como lo fue en esa fatídica tanda de penales contra Bulgaria en 1994.
No es justo pedir que no se hable de esto. Es duro, pero es la única forma de sacar la espina. Sobar la herida. Ver el clavado una y otra vez, analizarlo, maldecirlo; pensar en lo que podría haber sido. Lo que ya era al 85.
Y bueno, podría seguir enumerando todo lo que no me parece justo día y medio después de darle muchas vueltas al tema. Pero creo que la catarsis ya surtió algo de efecto. Al menos aproveché para escribir en este blog colectivo que llevaba muerto desde el mundial pasado.
No perdamos la esperanza de romper la maldición (sí, ya es una maldición, como la del Cruz Azul, pero de todos y hay que terminar con ella). No desesperemos. No es justo.