Tres motivos para recuperar la fe en el futbol

Por Íñigo Fernández

Afici´ñon del Indios de Ciudad Juárez

Afición del Indios de Ciudad Juárez

En un tiempo donde las distancias entre los equipos «grandes» y los «pequeños» se hacen cada vez más grandes, merced al dinero y a la atención de los medios, no es raro perder las esperanzas en el fútbol, más aún si la oncena de uno entre en la última de estas dos categorías. Como en sucede en la vida, también en el deporte el dinero no lo es todo (ahí tenemos al América y al Real Madrid) pero de qué manera ayuda en detalles tan simples como pagar la nómina mes con mes o  contar con una plantilla en la que la mayoría de los jugadores son propiedad del equipo; detalles que, a la postre, dejan a un lado su simplicidad para constituirse un pilar fundamental: continuidad.

Salvo en mi infancia, que solía irle a un equipo de «los grandes» cuyo nombre omito por pudor, siempre le he ido a equipos que se han caracterizado por tener contados momentos de gloria e incontables episodios de dolor y sufrimiento. Y tantos años de lo último, al menos diez, fueron quebrantando mi espíritu futbolero poco a poco hasta que un día me di cuenta de que, aunque seguía disfrutándolo, había perdido la fe en él. Sí, me convencí de que  no había más esperanza para los equipos pequeños, que su papel era el de aderezar el torneo y preparar el terreno para que alguno de los grandes se proclamara campeón.

Sin embargo, la semana pasada ocurrieron tres hechos que me han hecho recuperar la fe en el futbol. El primero sucedió en Alemania. El VfL Wolfsburgo, un equipo alemán que en la década de los años 70 jugaba en la tercera división germana y ascendió a la primera apenas en 1997, se coronó campeón de la Bundesliga con una plantilla que pese a ser modesta, demostró ser la mejor de Alemania al quedar por encima del Bayern Münich y el Stuttgart. Entre las claves de su éxito destaca la puesta en marcha por parte de sus directivos de una política de fichajes inteligentes en la que se hicieron de  jugadores sin renombre pero de gran calidad deportiva.

Los otros dos acontecimientos tuvieron lugar en México y también tienen nombres: Indios y Puebla. Lo del Indios de Ciudad Juárez no deja de ser extraño pues en una plaza que, años atrás, había demostrado poco interés por el fútbol, ahora la afición se volcó con el equipo y junto con éste pelearon por la permanencia de la categoría. Mucho del éxito del Indios, hay que reconocerlo, se debe atribuir a Héctor Hugo Eugi, quien tomó las tiendas de una escuadra virtualmente descendida y que se había formado con deshechos de otros equipos, para imprimirle una impronta que se caracterizó  por un buen trabajo defensivo y y una perseverancia a prueba de malos resultados y rachas. Dio gustó ver cómo tras el triunfo ante el Cruz Azul y la la obtención de la salvación, el equipo se relajó, tomó un segundo aire y se volvió irreverente.

¿Y qué decir de los muchachos de José Luis Sánchez Solá, alias «El Chelís»? Definitivamente el Puebla fue para mí el equipo revelación del torneo. Candidato al inicio de la temporada a descender, por su porcentaje y las disputas al interior de la directiva (¿debería decir directivas?), los camoteros mostraron de nueva cuenta a lo que un grupo de saldos puede aspirar cuando está bien dirigido; prueba de ello es Duilio Davino, tal vez sea el defensa mexicano con más autogoles en su haber, quien alcanzó momentos memorables en este 2009.

En su momento, debo reconocer, les menté la madre a Indios y Puebla porque su salvación fue un paso más en la condena del Necaxa. Hoy, por el contrario, les estoy muy agradecido por la garra y el orgullo que mostraron en las semifinales, por dejar en evidencia las carencias de quienes están jugando la final, por mostrarnos que aún existen en equipos «chicos» deseosos de quebrarse a los «grandes» y que los banquillos también sirven para anteponerse a la adversidad.

Por todo ello, quiero agradecer al Indios, Puebla y Wolfsburg por haberme devuelto la fe en el futbol.

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